Renato
Martinez – Ciudad del Vaticano
“Al ungir bien uno experimenta que allí se renueva
la propia unción. Esto quiero decir: no somos repartidores de aceite en
botella. Ungimos repartiéndonos a nosotros mismos, repartiendo nuestra vocación
y nuestro corazón. Al ungir somos re-ungidos por la fe y el cariño de nuestro
pueblo”, lo dijo el Papa Francisco en su homilía en la Misa Crismal celebrada
en la Basílica de San Pedro, con la bendición de los Santos óleos y la
renovación de las promesas sacerdotales, al inicio del Triduo Pascual.
“La Iglesia siempre tiene los ojos fijos en Jesucristo, el Ungido a quien el Espíritu envía para ungir al Pueblo de Dios”
La
mira fija en el Señor
En su homilía, el Santo Padre comentando el
Evangelio de Lucas que la liturgia presenta para este día, dijo que este relato
nos hace revivir la emoción de aquel momento en el que el Señor hace suya la
profecía de Isaías. “Los evangelios – señaló el Pontífice – nos presentan a
menudo esta imagen del Señor en medio de la multitud, rodeado y apretujado por
la gente que le acerca sus enfermos, le ruega que expulse los malos espíritus,
escucha sus enseñanzas y camina con Él”.
“Mis ovejas oyen mi voz. Yo las conozco y ellas me siguen”
La
gracia de la cercanía con el pueblo
El Papa Francisco también afirmó que, el Señor nunca
perdió este contacto directo con la gente, siempre mantuvo la gracia de la
cercanía, con el pueblo en su conjunto y con cada persona en medio de esas
multitudes. Lo vemos en su vida pública, y fue así desde el comienzo y también
fue así en la Cruz; su Corazón atrae a todos hacia sí: Verónicas, cireneos,
ladrones, centuriones. “No es despreciativo el término multitud. Quizás en el
oído de alguno, multitud pueda sonar a masa anónima, indiferenciada. Pero en el
Evangelio vemos que cuando interactúan con el Señor – que se mete en ellas como
un pastor en su rebaño – las multitudes se transforman. En el interior de la
gente se despierta el deseo de seguir a Jesús, brota la admiración, se
cohesiona el discernimiento.
La
gracia del seguimiento
El Santo Padre en la Misa Crismal invitó a
reflexionar acerca de estas tres gracias que caracterizan la relación entre
Jesús y la multitud. La primera es la gracia del seguimiento. Dice Lucas que
las multitudes «lo buscaban» (Lc 4,42) y «lo seguían» (Lc 14,25), “lo
apretujaban”, “lo rodeaban” (cf. Lc 8,42-45) y «se juntaban para escucharlo»
(Lc 5,15). El seguimiento de la gente va más allá de todo cálculo, es un
seguimiento incondicional, lleno de cariño. Contrasta con la mezquindad de los
discípulos cuya actitud con la gente raya en crueldad cuando le sugieren al
Señor que los despida, para que se busquen algo para comer. Aquí, creo yo,
empezó el clericalismo: en este querer asegurarse la comida y la propia
comodidad desentendiéndose de la gente. El Señor cortó en seco esta tentación.
«¡Denles ustedes de comer!» (Mc 6,37), fue la respuesta de Jesús; «¡háganse cargo de la gente!».
La
gracia de la admiración
La segunda gracia que recibe la multitud cuando
sigue a Jesús – precisó el Papa – es la de una admiración llena de alegría. La gente
se maravillaba con Jesús (cf. Lc 11,14), con sus milagros, pero sobre todo con
su misma Persona. A la gente le encantaba saludarlo por el camino, hacerse
bendecir y bendecirlo, como aquella mujer que en medio de la multitud le
bendijo a su Madre. Y el Señor, por su parte, se admiraba de la fe de la
gente, se alegraba y no perdía oportunidad para hacerlo notar.
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