La pobreza es una
realidad polifacética, inhumana e injusta; consecuencia, sobre todo, de la
forma como se piensa y se organiza la vida en sociedad.
Un hecho
complejo
La pobreza es un hecho
complejo. No se limita, por lo tanto, sin que esto signifique negar su
importancia, a la vertiente económica. La realidad de países plurirraciales y
pluriculturales, como lo son una buena parte de los latinoamericanos, el Perú
entre ellos, nos puso rápida y directamente ante esa diversidad. Visión
reforzada por la compleja comprensión que la Escritura, en ambos testamentos,
tiene de los pobres: los que mendigan para vivir, las ovejas sin pastor, los
ignorantes de la Ley, aquellos que son llamados “los malditos” en el evangelio
de Juan (7,49), las mujeres, los niños, los extranjeros, los pecadores
públicos, los enfermos de males graves.
Presente desde un
inicio, como problema y como enfoque, esta complejidad (realidad que hoy las
agencias internacionales han comenzado a subrayar) fue ahondada, por la
reflexión teológica latinoamericana, siguiendo variadas líneas, en los años
siguientes. Precisamente, la conciencia de esa multidimensionalidad llevó a las
tempranas expresiones de ‘no persona’ y de ‘insignificante’ para referirnos a
los pobres. Con ellas se quería subrayar lo que tienen en común todos los
pobres: la ausencia del reconocimiento de su dignidad humana y de su condición
de hijas e hijos de Dios, sea tanto por razones económicas, como raciales, de
género, culturales, religiosas u otras.
Condiciones humanas,
estas últimas, que la mentalidad dominante de nuestras sociedades no valora,
creando una situación desigual e injusta.
Injusticia, no
infortunio
La pobreza no es una
fatalidad, es una condición; no es un infortunio, es una injusticia. Es
resultado de estructuras sociales y de categorías mentales y culturales, está
ligada al modo como se ha construido la sociedad, en sus diversas
manifestaciones. Es fruto de manos humanas: estructuras económicas y atavismos
sociales, prejuicios raciales, culturales, de género y religiosos acumulados a
lo largo de la historia, intereses económicos cada vez más ambiciosos; por lo
tanto, su abolición se halla también en nuestras manos.
Actualmente disponemos
de los instrumentos –sujetos al examen crítico de rigor– que permiten conocer
mejor los mecanismos económico-sociales y las categorías en juego. Analizar
esas causas es una exigencia de honestidad, y, a decir verdad, el camino
obligado si queremos realmente superar un estado de cosas injusto e inhumano.
Punto de vista que –sin olvidar que en la pobreza de los pueblos intervienen
variados factores– desvela el papel que tiene la responsabilidad colectiva en
este asunto y, en primer lugar, la de quienes tienen mayor poder en la
sociedad.
Reconocer que la
pobreza no es un hecho ineluctable, que tiene causas humanas y que es una
realidad compleja, conduce a repensar las formas clásicas de atender la
condición de necesidad en la que se encuentran los pobres e insignificantes. La
ayuda directa e inmediata a quien vive una situación de necesidad e injusticia
conserva su sentido, pero debe ser reorientada y, al mismo tiempo, ir más allá:
eliminar lo que da lugar a ese estado de cosas.
Pese a la evidencia del
asunto, no puede decirse, sin embargo, que esta perspectiva estructural se haya
convertido en una opinión generalizada en el mundo de hoy, ni tampoco en
ambientes cristianos. Hablar de causas de la pobreza hace ver la delicadeza y,
en verdad, la conflictividad del problema, razón por la cual muchos buscan soslayarlas.
Una situación
que se agrava
A lo anterior se
agregan otros elementos de nuestra actual percepción de la pobreza que deben
ser considerados.
Uno de ellos es
la dimensión planetaria de la situación en que se encuentra la gran mayoría
de la población mundial. Esto vale para el conjunto de lo que entendemos por
pobreza, aunque muchas veces los estudios al respecto insistan, más bien, en su
vertiente económica, sin duda la más fácil de medir. Por largo tiempo, las
personas sólo conocieron la pobreza que tenían cerca, en su ciudad o, a lo
sumo, en su país; su sensibilidad, cuando ella tenía lugar, se limitaba, se
explica, a lo que tenían ante los ojos y, literalmente, al alcance de la mano
(para dar una ayuda directa, por ejemplo). Las condiciones de vida de entonces
no permitían tener un entendimiento suficiente de la extensión de ese estado de
cosas. Esto cambió, cualitativamente, con la facilidad de información que se
fue adquiriendo; lo que antes era distante y remoto se ha hecho próximo y
cotidiano. Además, los datos y los estudios sobre la pobreza masiva, realizados
por un sinnúmero de organizaciones en nuestros días, se multiplican y perfilan
sus métodos de investigación. No pueden ser ignorados.
Otro rasgo que ha
modificado, asimismo, nuestra aproximación a la pobreza es su profundización y
el incremento de la brecha entre las naciones y personas más ricas y
las más pobres. Esto, a juicio de ciertos economistas, está llevando a lo que
se ha calificado de neodualismo: la población mundial se coloca cada vez más en
los dos extremos del espectro económico y social. Una de las líneas divisorias
es el conocimiento científico y técnico que se ha constituido en el eje más
importante de acumulación en la actividad económica y cuyos avances han
acelerado la ya desenfrenada explotación –y depredación– de los recursos
naturales del planeta que son un patrimonio común de la humanidad. Estos
factores han acrecentado la distancia que anotábamos.
No obstante, el asunto
no se limita al aspecto económico de la pobreza y la insignificancia. En el
espacio creado por esa disparidad creciente intervienen y se entrecruzan los
elementos mencionados anteriormente: los que vienen del terreno económico, por
un lado, con los referentes a las cuestiones de orden cultural, racial y
de género, por el otro.
Esto último ha llevado
a hablar, con razón, de una feminización de la pobreza; las mujeres
constituyen, en efecto, el sector más afectado por la pobreza y la
discriminación, sobre todo si pertenecen a culturas o a etnias postergadas. Si
bien la cuestión ha alcanzado ahora proporciones escandalosas, el proceso de
acentuación de esa distancia estaba en marcha desde hace décadas, lo que
explica la alarma que ya provocaba entonces.
Hoy –y este hoy lleva
ya un buen tiempo– la inhumanidad e injusticia de la pobreza, la ignorancia de
sus causas y la percepción de su complejidad, extensión y hondura, tengamos o
no una experiencia directa de ella, no puede ser disculpada. Es un conocimiento
que se constituye en pauta importante para apreciar la calidad –y la eficacia–
humana y cristiana de la solidaridad con el pobre.
Extracto de un artículo
del P. Gustavo Gutiérrez, OP para un libro en homenaje a Aloysius
Pieris, Encounter with the Word