Jorge Costadoat, S.J. | Santiago de Chile
El panorama es trágico. El
calentamiento medioambiental pone al ser humano en peligro de extinción.
Hay buenas razones para pensar
que la Conferencia de las Partes para el Cambio Climático de las Naciones
Unidas, llega tarde. Si esperamos que la calidad de vida de la humanidad mejore
por parejo, mientras más seamos y más elevemos los estándares de bienestar, el
calor retenido en la atmósfera sobrepasará con creces el aumento en 2 grados
promedio, límite que permitiría hipotéticamente superar la catástrofe.
¿Qué hacer? El problema es de
tal magnitud que no se puede pedir solo a la economía la solución. No
queremos, por de pronto, que sean los economistas los que digan cuál es tal
solución. Menos aún los economistas que han sido formados para perfeccionar el
modelo de desarrollo culpable de la debacle. Pero, vista las cosas
desde el ángulo meramente económico, parece evidente que la humanidad llega a
un callejón sin salida: consume y muere o no consume y muere también. Pues, el
modo de organizar la economía que ha predominado hasta ahora – el modo que
triunfó sobre los pueblos originarios en los que la propiedad privada no
existió o fue subordinada a la colectiva – exige crecer para consumir y
consumir para crecer.
¿Qué hacer? No es la primera
vez que la humanidad se encuentra ante un acabo mundi. Pensemos en
las pestes europeas que en algunos lugares mataron a las dos terceras partes de
la población; en la disminución en 95% de la población del Caribe al cumplirse
50 años de la llegada de Colón; en los pueblos originarios de la Patagonia
cazados como animales, hoy extinguidos. Pero esta es la primera vez que la
humanidad como tal, ricos y despojados, enfrenta la posibilidad de ser devorada
por el monstruo que ella misma creó. Inventó un dragón llamado capitalismo
capaz de comerse la cola y todo lo demás.
¿Qué hacer? Pongámonos en el
peor de los escenarios: la temperatura media del planeta aumenta sin parar, los
témpanos se deshielan, las tierras bajan se anegan, las sequías en algunas
zonas se hacen crónicas y, en otras, los ciclones arrasan con pueblos y
plantíos; las poblaciones sobrevivientes migran despavoridas, revientan las
fronteras y vuelven las guerras.
Rota la armonía ecológica, el
planeta fracasa por varios factores. ¿Qué podrá pedírsele, en este escenario, a
los políticos, a los países o a la ONU? Se los culpará, ¿pero se conseguirá
algo? ¿Qué, si ya no podrán hacer nada?
¿Qué hacer? Si, llegado el
momento, y puede que este ya lo sea, de que el planeta no tenga futuro, queda
una última posibilidad, la radical, no la política, la personal: decidir cómo
morir.
Es ahora que, nuevamente bajo
el aspecto económico, cabe consumir o compartir: “consumir menos y compartir
más”. “No”, dirá uno de los economistas que poco les ha importado, por ejemplo,
la suerte del pueblo mapuche. Los mapuche tienen otra cosmovisión, otra manera
de concebir la propiedad. Nuestro economista explicará: “No se puede al mismo
tiempo consumir y compartir, porque el consumo depende del crecimiento y el
crecimiento del consumo”. Él apostará nuevamente por el consumo, alienado por
el mito del progreso.
“Consumir menos y compartir
más”, no es solución para el problema político global. Es una alternativa ética
al nivel de lo personal y de lo interpersonal. Es, podría decirse, una elección
por un estilo de vida sobrio y comunitarista. Es,
incluso una cuestión de creencia. Nadie puede asegurar que el ser humano se
realiza verdaderamente cuando solidariza con los demás. Unos lo creen, otros
no. No se puede decir, por cierto, que es irracional compartir, pero tampoco se
puede demostrar, antropológicamente hablando, que compartir sea en última
instancia la razón del ser de la humanidad. Pero hay gente que cree que
compartir tiene un valor eterno, que se saca el pan de la boca, lo parte y lo
comparte. No hablo de imposibles. Esta gente existe, vive con menos y hace
feliz a los demás.
Es muy difícil imaginar que
esta convicción antropológica pueda constituir un principio de organización
macroeconómica. Los sistemas no tienen convicciones, son éticamente
inimputables. Además, la versión neoliberal del capitalismo que conocemos es
hoy casi imposible de contrarrestar. Si este es el motor del progreso
del mundo en que vivimos, no quiero asustar a nadie, pero las cifras están
allí, lo que tenemos delante es una muerte colectiva. Si esta muerte
ha de ser también personal, los únicos que quedarán en pie serán aquellos que
creen que compartir es más importante que consumir, y lo practiquen.
Insisto, es una opción ética
que depende de una concepción antropológica del ser humano. En lo inmediato, si
los solidarios en el presente o a futuro no salen ganando, es completamente
seguro al menos que ahora, en el presente, mejorarán la vida de su prójimo.
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