Los
confesores son “ministros de la vida”, dice el Penitenciario Mayor.
El
Penitenciario Mayor, cardenal Mauro Piacenza, escribe a los sacerdotes que,
durante las Navidades, escucharán tantas confesiones: “sois ministros de la
vida”. Y les pide que sean atentos, prudentes y alegres. Este es el texto
completo de la carta.
Queridísimos
hermanos,
Somos
ministros de la vida. La Natividad del Señor es la “fiesta de la vida”, es la
memoria actual del acontecimiento más grande de la historia; acontecimiento
hacia el cual converge toda la historia y del que ha recibido pleno sentido y
orientación: la fiesta de la vida es la fiesta de la Encarnación del Verbo. El
Padre ama al hombre, su criatura, hasta el punto de enviar a su Hijo, que asume
una íntegra naturaleza humana creada, que se hace carne participando
enteramente en la existencia de los hombres; es lo más extraordinario que el
corazón humano puede acoger y, después de dos mil años, continuamos
asombrándonos de un amor tan grande.
Dios
se hace hombre para darnos la vida, y cada confesor es realmente un ministro de
la vida, sobre todo en este tiempo de Navidad, en el que, por gracia de Dios,
en muchos lugares todavía muchos fieles se acercan al sacramento de la
Reconciliación. La vida, la que nos ha ganado Cristo crucificado y resucitado,
es donada sacramentalmente, es decir, realmente, al hombre en cada confesión.
Esta
es, en el fondo, la esencia misma del cristianismo. Es una opción por la vida,
contra el dominio del pecado y de la muerte. El fiel que se acerca humildemente
y con las debidas disposiciones al sacramento de la Reconciliación, puede decir
con serena certeza: “¡He encontrado la vida!”.
¿En
qué consiste esta vida que encontramos en el sacramento?
Consiste
en el encuentro con el Amor.
Encontrar
la vida es encontrar el Amor; el amor misericordioso de Dios que perdona, que crea
y re-crea siempre, abriendo al hombre a la caridad, según las palabras del
discípulo del amor “Nosotros sabemos que hemos pasado del a muerte a la vida
porque amamos a los hermanos” (1Jn 3, 14).
Quien
ha encontrado el amor ha encontrado la vida; el encuentro con el amor es
encuentro con la vida. Por tal razón, la Natividad del Señor es por excelencia
la “Fiesta de la vida”, y por eso la fiesta del amor, del Amor hecho carne.
Que
la escucha humilde y fiel, atenta y generosa de las confesiones sacramentales
sea el rasgo dominante de estos últimos días de la novena que nos prepara a la
gran solemnidad, y después al entero tiempo de Navidad, en el cual siempre los
fieles siguen acercándose al confesonario.
Somos
ministros de la vida, ministros de la misericordia, ministros del único amor
que, todavía y siempre, se nos da para que podamos abrirnos a Él. Es un amor
que consuela, que crea, que renueva, que introduce en la Vida verdadera.
Entre
las diversas característicos que un buen confesor no debe descuidar hay que
subrayar, ante todo, la atención en la escucha. Una sola palabra,
el tono de la voz, el matiz, una alusión indirecta pueden desvelar los secretos
del alma y permitir el consejo justo, la palabra justa, la indicación auténtica
para un camino. Al contrario, las palabras al aire o desatentas pueden bloquear
también durante años una conciencia a la que cuesta abrirse a Dios. ¡Nunca es
excesiva la delicadeza!
Otra
característica indispensable es la prudencia en el juicio. El
penitente no siempre puede llevar el peso de todo lo que se quiere decir en la
breve conversación de la confesión. Es necesario ser extremadamente prudentes
para no desanimar en el camino de fe o en la lucha contra el pecado, y para introducir
siempre en aquella alegría de la vida, que el sacramento de la Reconciliación
está llamado a volver a dar continuamente.
Un
ultimo rasgo que sería bueno custodiar siempre es el de la alegría.
El sacramento de la Reconciliación debería ser siempre, para todos, tanto
ministros como penitentes, una “Fiesta de la fe”: un momento de celebración
alegre de la renovada comunión con Dio y con la Iglesia.
Somos
ministros de la vida, ministros de la alegría, ministros de la libertad, en la
conciencia de que la Gracia del sacramento no se opone a la libertad, sino al
contrario, la libertad es hija de la Gracia: un hombre que sólo se buscase
siempre a sí mismo se perdería a sí mismo y perdería la vida. El hombre, en
cambio, que se olvida de sí mismo no busca su vida, sino que se pone sin miedo
a disposición del amor, encuentra a Dios y se encuentra a sí mismo, en una
libertad que solo la fe y la gracia son capaces de dar.
Somos
así ministros de la vida.
Ofrezcamos
generosamente nuestro servicio y pidamos a la Santísima Virgen María, Madre del
Verbo encarnado y por eso madre de misericordia, que acompañe nuestra escucha
atenta, prudente y alegre, para que a todos los hermanos, todavía y siempre,
les sea donada la vida. Les deseo a todos un fructuoso ministerio y una Santa
Natividad del Señor. ¡Y gracias por vuestro indispensable y preciosísimo
ministerio!
Mauro
Card. PiacenzaPenitenciario Mayor