En su juventud no quiso saber
nada de Dios y se dio a una vida fácil, de desenfreno, pero a los veintiocho
años encontró la fe, y a partir de entonces se propuso «gritar el Evangelio con
toda su vida». Quiso predicar con el ejemplo para que aquellos entre quienes
estaba, casi siempre musulmanes, pudieran decir: «Si tal es el servidor, cómo
entonces será el Maestro…». Se llamaba Charles de Foucould, vivió a
caballo entre los siglos XIX y XX, era francés, y este miércoles 27 de mayo el
Papa Francisco ha autorizado el decreto de la Congregación
para las Causas de los Santos que reconoce el segundo milagro atribuido a su
intercesión, lo que va a permitir su canonización.
Junto a la suya, el Papa ha
dado vía libre a las canonizaciones del también beato francés César de
Bus (1544-1607), fundador de los Padres de la Doctrina Cristiana
(Doctrinarios), y de la religiosa italiana María Domenica Mantovani (1862-1934),
cofundadora y primera superiora general del Instituto de las Hermanitas de la
Sagrada Familia.
Asimismo, la Iglesia contará
en breve con nueve nuevos beatos: los fundadores de la Orden de los Caballeros
de Colón —el estadounidense Michael McGivney (1852-1890)— y de
las Obras de Propagación de la Fe y el «Rosario vivo» —la francesa Paulina
Marie Jaricot (1799-1862)—, ambos por un milagro atribuido a su
intercesión; el religioso de la Congregación Cisterciense de Casamari Simeone
Cardon y cinco compañeros más, asesinados todos ellos en 1799 por odio a la
fe; y el misionero italiano Cosma Spessotto, muerto martirialmente
también por odio a la fe en El Salvador en 1980.
Vizconde, militar… buscador de
Jesús
Charles de Foucould fue la
personificación de la radicalidad evangélica, la búsqueda constante de la mejor
manera de imitar siempre y en todo a Jesús. Nacido en Estrasburgo el 15 de
septiembre de 1858 en el seno de una familia aristocrática de militares, su
infancia y adolescencia fueron bastante desgraciadas. Con seis años queda
huérfano de padre y madre, de modo que junto a su hermana queda bajo la tutela
de su abuelo, coronel. Falto de referentes, a los 16 años pierde la fe y se
instala en una vida completamente disoluta que le lleva a dilapidar la fortuna
recibida —como heredero del título de vizconde de Foucould— al alcanzar la mayoría
de edad.
Tras ingresar en la academia y
hacerse militar, marcha a África. Y allí, impresionado por la profunda
religiosidad de los musulmanes, su vida da un vuelco. «Tan pronto como creí que
había un Dios, me di cuenta de que no podía hacer otra cosa que vivir solo para
Él», dirá años después.
Argelia, Marruecos, Túnez, el
Sáhara… La soledad del desierto es lugar propicio a la meditación, a la
búsqueda, a la oración. Jesús también se retiraba al desierto a orar. Y el
seguimiento de Jesús pronto se convierte en una necesidad que le lleva a
peregrinar a Tierra Santa. Allí, en la tierra que hollaron los pies del
Maestro, encuentra a partir de 1888 su ideal de vida de servicio y dedicación a
los necesitados desde la pobreza absoluta.
Entra en la Trapa de Nuestra
Señora de las Nieves (1890) y pasa seis años en el priorato de Akbes en Siria,
convirtiéndose en el hermano Marie-Alberic; marcha a Roma a estudiar, pero
cuando está a punto de hacer la profesión perpetua es dispensado de los votos y
autorizado a vivir según su propia vocación; hace votos privados de castidad y
pobreza absoluta y vuelve a Tierra Santa, donde durante cuatro años sirve como
criado a las Clarisas de Nazaret (vive pobremente en una caseta de huerto) y se
dedica a la contemplación, escribiendo entonces gran parte de sus apuntes
espirituales, además de trabajar en la regla de los Hermanitos del Sagrado
Corazón de Jesús; en 1900 trata en vano de establecerse como ermitaño en el
Monte de las Bienaventuranzas, junto al lago Tiberiades.
Espíritu inquieto, en 1901 es
ordenado sacerdote en Francia, tras lo cual vuelve a África. Se establece en
Beni-Abbés, al sur de Argelia. Allí vive su vocación de Vida de Nazaret, como
hermano de todos, acogiendo a la gente sin distinción de raza o religión. «Esta
vocación de “Hermano Universal” —resaltan los biógrafos— es un aspecto
importante de su espiritualidad: una llamada a encontrar el amor y el servicio
entre los más humildes y abandonados, a través de la amistad y el testimonio
silencioso. Este amor, llevado a sus últimas consecuencias, exige compartir la
condición social de los más pobres, el trabajo manual, el servicio
incondicional».
Misionero entre los tuaregs
Se propuso contactar con los
tuaregs y para ello se estableció en Tamanrasset, en pleno corazón del Sáhara.
Pronto fue apodado «marabout», que significa «hombre de Dios». Su modelo de
presencia evangélica, dando fe de Jesús a través del servicio y de la caridad,
dio fruto. También ayudó el hecho de aprender la lengua tamasheg para
poder traducir los Evangelios, y publicar un diccionario francés-tuareg. Cuando
el 13 de noviembre de 2005 fue beatificado en Roma, diez personas de este
pueblo del desierto presente hoy en cinco países (Argelia, Libia, Níger, Malí y
Burkina Faso) ocupaban la primera fila de asientos de la plaza de San Pedro,
ataviados con sus vistosas túnicas azules y turbantes blancos. El entonces
prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, cardenal Saraiva,
que fue quien presidió la ceremonia, dijo que Foucould había tenido «una
influencia notable en la espiritualidad del siglo XX», y destacó, entre su
«preciosa herencia», su ejemplo de «evangelizar sin querer imponer, dar
testimonio de Jesús respetando otras experiencias religiosas».
El misionero de los tuareg,
referente de un estilo de vida radicalmente evangélico, encontró la muerte en
Tamanrasset en 1916, en el contexto de los enfrentamientos y divisiones
causados entre las tribus por su apoyo a uno u otro bando en la Primera Guerra
Mundial. Aunque hombre de paz, Foucould era extranjero y cristiano, y por tanto
una presa fácil. Capturado y maniatado por una banda de senusistas (hermandad
de musulmanes nacionalistas), quedó bajo vigilancia de un joven que, presa del
pánico, se puso nervioso al creer que estaban llegando los soldados y le
disparó en la cabeza. Tenía entonces 58 años. Así acabaron los días del Padre
Foucould, el evangelizador del desierto, el hombre que decía que «la imitación
de Jesús es la medida del amor». Imitación de la pobreza, del sufrimiento, del
«abajarse» de Cristo.
Dejó bastantes escritos, pero
casi todos ellos de carácter personal: apuntes espirituales, meditaciones sobre
el Evangelio, anotaciones sobre los tuaregs, páginas de su diario, cartas,
proyectos de fundación… En vida, intentó que otros le siguieran y trató
de poner en marcha una asociación de laicos misioneros, pero no tuvo éxito. Sin
embargo, su cristianismo centrado en el «misterio de Nazaret» ha cristalizado y
su influencia espiritual no ha dejado de crecer. Hoy hay al menos una veintena
de congregaciones religiosas y asociaciones de vida espiritual que tienen como
referente su carisma e ideal de vida, entre ellas las Hermanitas del Sagrado
Corazón, los Hermanos y las Hermanitas de Jesús, los Hermanos y las Hermanitas
del Evangelio, las Hermanitas de Nazaret, los Hermanos de la Encarnación, los
Hermanos de la Cruz, las Hermanitas del Corazón de Jesús, etc.
El 27 de mayo fue para todos
ellos, qué duda cabe, un gran día.
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