San
Agustín es conocido como el del “corazón inquieto”, cuestionante para muchos de
nosotros los jóvenes de hoy, que con esperanza tenemos puestas nuestras miradas
en que otro mundo es posible.
Fe
y razón, no deben separarse ni contraponerse, sino que deben estar siempre
unidas. Como escribió Agustín tras su conversión, fe y razón son «las
fuerzas que nos llevan a conocer» (Contra Academicos, III, 20,
43). En este sentido, siguen siendo sus dos famosas fórmulas (Sermones, 43,
9) con las que expresa esta síntesis coherente entre fe y razón: crede ut
intelligas («cree para comprender») -creer abre el camino para
cruzar la puerta de la verdad-, pero también y de manera inseparable, intellige
ut credas («comprende para creer»), escruta la verdad para
poder encontrar a Dios y creer.
Agustín
no reflexiona sobre un ser humano abstracto y desencarnado, sino que centra la
mirada sobre sí mismo. Es entonces cuando desvela y narra la dramática
experiencia de la búsqueda inquieta que ocupó su vida durante años. “Preguntaba
a mi alma por qué estaba triste y por qué estaba tan confuso, y no sabía
responderme nada. Se ve como un gran abismo, una tierra de difícil cultivo y de
excesivo sudor para sí mismo, inestablemente movedizo como un mar” (conf. 13,
20,28). A pesar de su desprendimiento tiene hambre de Dios: “Nos hiciste,
Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (conf.
1,1,1). Si amas de verdad no temas. Todo lo que hagas estará bien hecho (ep.
10). Porque el proyecto humano pleno y total desemboca en Dios (Io. eu.
tr.14,5). Atrayente desde ese momento la vida de Agustín que se centró en el
amor; amar y ser amado era lo más trascendente.
Dios no toma en consideración tus talentos, sino tu disponibilidad (s. 18). Si no puedes hacer lo que quieres, no es razón para que no quieras hacer todo lo que puedes (ep. 166). En Agustín, el aprender a conocerse implica serios riesgos. Supone despertar de un largo letargo en que la mayoría de la población vive inmersa. Conocerse a uno mismo supone empezar a valorarnos tal como somos, con nuestros defectos y nuestras virtudes, abrazando ciertos conceptos como el de imperfección.
“No
quieras derramarte fuera; entra dentro de ti mismo, porque en el hombre
interior reside la verdad; y si hallares que tu naturaleza es mudable,
trasciéndete a ti mismo, mas no olvides que, al remontarte sobre las cimas de
tu ser, te elevas sobre tu alma, dotada de razón. Encamina, pues, tus pasos
allí donde la luz de la razón se enciende” (De ver. Rel. 39,72).
El
amor cambia la vida (s. 313 A, 2-3) y sólo quien ama a Dios sabe amarse a sí
mismo. El ser humano se mueve por amor y desde el amor, porque el amor es el
peso del alma: “Mi amor es mi peso; él me lleva adonde soy llevado” (conf.
13,9,10).
Agustín
fue un gran educador, los hombres y mujeres siempre mejoran, experimentan,
aprenden, educan y desarrollan habilidades y competencias, gracias a la actitud
que tengan hacia el compromiso y la lealtad hacia la institución para la cual trabajan.
San Agustín dice que “si quieres conocer a una persona, no le preguntes lo que
piensa sino lo que ama”.
Somos
consecuencia de muchos ambientes y creencias que empiezan a formarse en la
juventud. En esa etapa de la vida somos como esponjas que todo lo absorben,
recibimos cantidad enorme de estímulos tanto positivos como negativos.
Requerimos formarnos, dar desde la libertad del ser humano un paso en la vida y ser disciplinados para alcanzar
la disciplina del éxito.
Hay
una invitación aprender a ser y aprender a compartir a las que se llega por el
camino de una enseñanza en valores: educar en la Interioridad, la Verdad y la
Libertad responsable para aprender a ser y educar en la Amistad, la Justicia y
la Solidaridad, para aprender a amar y compartir. Frente a la vida vivida en la
superficialidad y el pensamiento débil, la escuela agustiniana pretende
cultivar las dimensiones humanas más profundas, articulando razón y fe.
“Dejemos tiempo a la meditación y al silencio. Recógete en tu interior y
aíslate de todo miedo. Vuelve la vista hacia tu interior, donde no hay alboroto
ni altercados, donde tienes un retiro tranquilo para tu conciencia. Atiende con
calma y serenidad a la verdad para que la entiendas” (s. 52,22).
Blogueando | Cristhian Alvarenga
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