Su
nombre es Laurence Flynn y es el sacerdote que está a cargo de cuidar la isla
sagrada de Irlanda. Habitualmente, el centro religioso recibe miles de
peregrinos cada año, pero a causa de la pandemia de COVID-19 este párroco quedó
aislado y solo.
El padre Laurence quedó confinado en el conocido Purgatorio de San Patricio,
una isla de Irlanda en el lago Lough Derg. Allí, según cuenta la tradición,
este santo recibió una visión mística del infierno
.
Este lugar atrae a miles de peregrinos católicos desde el año 400 d.C., quienes
arriban para pasar un período de penitencia y prueba que consiste en tres días
de ayuno, con largas jornadas de oración y vigilias nocturnas.
Los
creyentes que llegan y realizan la peregrinación -de las más duras que existen-
solo pueden alimentarse de con té, café con leche, pan seco o tostado o
pasteles secos con avena.
Además deben velar 24 horas y realizar oraciones de nueve horas con los pies
descalzos.Rodeando las ruinas de viejas celdas monásticas, caminan y se
arrodillan bajo la sombra de un campanario situado en el sitio de la gruta que
habría sido mostrada a San Patricio en el año 445. En esa gruta, que es más
foso o pozo, la leyenda cuenta que San Patricio vio las puertas del infierno.
“Los
monjes tenían el hábito de velar durante 24 horas en esta gruta o en este
albergue y con el tiempo se convirtió en centro de peregrinación”, cuenta el
padre Flynn.
Las
personas que pasaran las 24 horas arrepintiéndose en la gruta obtendrían un
lugar en el paraíso: “habrían atravesado en cierta forma el purgatorio”, dice.
A causa de la pandemia, el Purgatorio de San Patricio dejó de recibir
peregrinos por primera vez desde 1858. Entonces el padre Laurence Flynn tomó
una decisión:
“Elegí
venir aquí (…) por solidaridad con quienes no tienen elección entre quedarse en
el mismo sitio o desplazarse con mayor libertad”, menciona el sacerdote de 69
años. Desde el 1 de junio se instaló en la isla.
Aunque
no llegan peregrinos a la isla, cada mañana, el padre sale Laurence Flynn , se
quita las sandalias, y vuelve a emprender con los pies descalzos el camino de
la peregrinación recorrido por millones de personas en los últimos 150 años.
“Traigo
conmigo las oraciones de quienes me lo solicitan y las de quienes quisieran
venir pero no pueden o siempre vienen pero no pudieron venir esta vez”,
comenta.
“Hay
pocos sacerdotes tan aislados como yo en este momento, pero no me siento
aislado”, afirma. “No me he sentido solo nunca desde que estoy aquí”, concluye
el sacerdote.
Con colaboración de Fiat María
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